¿Sabías que a los humanos nos toma 7 segundos formarnos una impresión sobre una persona que recién conocemos?
Bueno, en realidad, eso es lo que se creyó durante muchos años, pero varios estudios que se realizaron en las últimas décadas, de los cuales el más importante es uno dirigido por Janine Willis y Alexander Todorov, han encontrado que una persona toma una decisión sobre un extraño en 100 milisegundos, y que esas impresiones tienen un alto grado de correlación con las opiniones que esa persona forma más adelante, cuando ya cuenta con mucha más información.
Es decir que, en el tiempo que dura un pestañeo (literalmente un abrir y cerrar de ojos), una persona toma decisiones sobre cada persona que conoce. ¿Basándose en qué? En señales no verbales, que percibe en el lenguaje corporal.
La disciplina de la comunicación no verbal es, sencillamente, el estudio de las emociones. Veamos por qué.
Cuando hablamos o escribimos, tenemos plena consciencia de que estamos haciéndolo, y decidimos hacerlo. Tenemos dominio sobre nuestra verbalidad. Las emociones, en cambio, no son opcionales: se manifiestan en nuestros comportamientos porque nuestro organismo necesita hacerlo.
¿Qué significa que nuestras emociones son necesarias?
Las emociones se traducen en comportamientos que realizamos de manera pre-consciente, lo que significa que sus mecanismos de expresión entran en acción antes de que cualquier proceso cognitivo se ponga en movimiento. No sólo no necesitan que los pienses, sino que se benefician de que no los pienses: por muy rápido que creas que pensás, no pensás a la velocidad de tus emociones. Y eso es bueno.
La efectividad de estos comportamientos radica precisamente en su capacidad de activarse en forma automática, y son en gran parte responsables de que hayamos sobrevivido durante muchos miles de años, y que hayamos llegado hasta acá, y que vos hoy puedas estar leyendo esto. Este concepto es sumamente importante porque, dado que estos comportamientos son necesarios, y dado que son pre-conscientes, podemos contar con que sean honestos.
Las personas se estremecen, se paralizan, se sobresaltan, sonríen y fruncen el ceño porque sus cerebros lo necesitan, porque son mecanismos que han demostrado ser eficaces en el curso de nuestra historia evolutiva. Las personas hacen lo que hacen, en gran medida, en forma inconsciente, y eso nos permite confiar en estos signos para saber qué sucede en sus mentes. Nadie lo expresa tan bien y tan lindo como Paul Ekman:
«Los pensamientos son privados, las emociones no».
Una manera útil y aplicable de entender las emociones es pensarlas como el motivo por el cual hacemos las cosas que hacemos. De hecho, las palabras ‘emoción’ y ‘motivo’ tienen una raíz etimológica común: emotio. Y la mayor parte del tiempo, el motivo por el cual hacemos las cosas que hacemos, es para adaptarnos a lo que ocurre en nuestro entorno. De alguna forma, se podría decir que la totalidad de nuestro repertorio de comportamientos se puede clasificar como ‘comportamientos adaptadores‘, debido a que tienen funciones de adaptación biológica.
Dicho de un modo más simple: nuestro comportamiento puede leerse como un intento de adaptarnos a nuestro entorno.
Es muy interesante detenernos en esa última frase: nuestro comportamiento puede leerse como un intento de adaptarnos al entorno. Cuando decimos que la comunicación no verbal estudia las emociones, nos referimos a que se trata de aprender a ver cómo las emociones se expresan en comportamientos concretos, en acciones corporales que tienen el propósito de resolver o abordar algo que percibimos como una necesidad. Aunque, conscientemente, ni te des cuenta.
En términos de biología evolutiva, hace perfecto sentido que nuestros cuerpos exhiban estos cambios que ocurren a nivel emocional porque, además de tener una función de adaptación, tienen una función comunicativa: dado que los humanos somos animales sociales, todo lo que sea muy importante para uno, probablemente sea muy importante para todos. Eventos como un depredador en los alrededores, o el hallazgo de comida, o fertilidad reproductiva, entre otras, son importantes para la supervivencia, tanto del individuo como del grupo.
Es por eso que, a lo largo del tiempo, desarrollamos mecanismos para comunicar, en forma muy eficiente, ese tipo de cosas importantes a los otros miembros de nuestro grupo.
¿Qué tan rápidamente? Adivinaste: milisegundos.
En un abrir y cerrar de ojos, una persona toma decisiones sobre cada persona que conoce. En ese instante, evaluamos entre otras cosas la posición de poder y el status de esa otra persona, y tomamos decisiones sobre qué tan confiable, qué tan creíble, qué tan amigable o qué tan hábil es esa otra persona. Cosas tremendamente complejas, que son costosas para nuestro cerebro en términos energéticos. ¿Qué justifica ese elevado gasto de energía? Que de ello ha dependido, históricamente, nuestra supervivencia.
Esta capacidad de determinar, en un vistazo, si estamos ante un peligro o una oportunidad, es una habilidad muy preciada en nuestra historia evolutiva. Asimismo, y dado que todos tenemos esa capacidad de evaluación ultra-rápida, desarrollamos formas de comunicar, con la misma velocidad, que venimos en son de paz: tenemos milisegundos para convencer a la otra persona de que baje la guardia y evitar una confrontación.
La ciencia de la comunicación no verbal es, entonces, un estudio intelectual de algo que ya sabemos hacer con el resto del cuerpo: entender la manifestación física de las emociones y deducir información clave, en tiempo real. Esta proeza es llevada a cabo por tu sistema perceptual, del cual forman parte los cinco sentidos que todos conocemos: vista, oído, tacto, olfato y gusto, y algunos otros de menos fama. Ese sistema no tiene nada que envidiarle a un scanner térmico o a una cámara de alta velocidad, y presenta dos grandes ventajas: que ya lo tenés incorporado y que, aunque te cueste creerlo, ya lo sabés usar. Es sólo cuestión de darte cuenta cuándo lo usás, cómo y para qué.
Qué pasa en la vida real
En un estudio llevado a cabo en Twitter por Vanessa Van Edwards, de scienceofpeople.com, se distribuyeron dos encuestas a un grupo de usuarios, a los que se hicieron dos preguntas.
La primera pregunta era:
“Cuando estoy nervioso por dentro, lo puedo disimular muy bien y ocultarlo a los otros.» ¿Verdadero o falso?
– 60% respondió «verdadero», 40% respondió «falso».
La siguiente pregunta fue:
“Puedo detectar instantáneamente a una persona que finge, a los pocos minutos de conocerla.» ¿Verdadero o falso?
– 67% respondió «verdadero» y 33% respondió «falso»
¿Se ve lo suficientemente claro el problema? La mayoría de las personas se consideran muy buenas escondiendo sus emociones o teniéndolas bajo control; al mismo tiempo, consideran que son muy buena detectando cuando los otros (que también consideran que son muy buenos disimulando) están fingiendo o intentando ocultar sus emociones.
Es claro que existe un sesgo: creemos que tenemos mucho más control sobre nuestras emociones de lo que en realidad tenemos.
Estadísticamente, pensás que estás poniendo tu mejor cara de póker, pero no es así.
¡Esto es algo bueno! Por un lado, es bueno que estés leyendo esto, porque debería hacer que te des cuenta de que no sos tan bueno controlando qué emociones mostrás. Por otro lado, significa que es posible aprender a ver emociones en la cara y el cuerpo de los demás, y en el propio cuerpo.
Al fin y al cabo, de eso se trata todo esto: de aprender a ver, y de aprender qué significa lo que vemos, para tomar mejores decisiones.